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La Historia del día antes a una cata de chocolates en el Borne

Corría el mes de enero o quizás el de febrero del año 2020, cuando se decidió programar la visita al Museo del Chocolate y al barrio del Borne, incluso se llegaron a realizar las reservas. Todo estaba preparado y la mayoría de nosotros ilusionados para disfrutar del chocolate y de la historia y leyendas del Barrio del Borne.

Quedaban pocas semanas, cuando de repente y sin aviso, nuestras vidas cambiarían radicalmente, comenzamos a oír la palabra COVID, algunos le añadieron el 19. Ninguno podíamos imaginar lo que esa palabra encerraba y menos los meses que vendrían. Desde China nos llegaban noticias de un virus, quizás la lejanía, quizás nuestro desconocimiento nos ponía en lugar seguro fuera del peligro, pero como si de una mecha se tratara en pocas semanas en las Islas Canarias se localiza un primer caso y a partir de ahí nuestros informativos no han dejado de informar hasta el día de hoy de las cifras de casos, de incidencia, de muertos...




Siguió un confinamiento, nunca nuestro mundo se hizo tan pequeño, nunca nuestras ventanas y nuestros balcones, los que tuvieran, representaron tanto, un poco o mucho de aire, una vía de escape, un lugar donde viajar, un escenario donde cantar o tocar un instrumento, también un lugar donde aplaudir a las 8 cada tarde a todos esos que luchaban por nuestras vidas, jugándose la suya, a todos esos que hoy han vuelto al olvido, a todos esos que sin medios ni protección se enfrentaron a algo tan pequeño pero a la vez tan peligroso, a esos que fueron para muchos la última persona que agarro sus manos, que les dio confort y amor a través de sus palabras, héroes les llamamos.

El teletrabajo se hizo normal, el plasma ya no era solo cosa de Rajoy, todos nos sumamos y también abrimos esa ventana, la de nuestras pantallas, la brecha digital desapareció, hasta nuestro yayos se apuntaron a lo del streaming. Unos días clases de cocina, otros un poco de yoga, aprendimos a convivir a conciliar, si un verano juntos dicen que rompe parejas, un confinamiento juntos podía suponer también el final del amor, pero nada de eso, también aprendimos que en lo malo también hay momentos felices y que cuando queremos ante la adversidad nos hacemos más fuertes o quizás más humanos.


Por fin se abrieron las puertas y primero salieron los niños, luego los deportistas porque de repente todos éramos deportistas, tan deportistas que algunos estrenaron el chándal de Adidas que les regalaron con motivo de los juegos olímpicos del 92, no importaba la moda lo importante era sentirse libre, quien nos hubiese dicho que salir a la calle, que pasear tendría tanto valor.

Los bares y restaurantes seguían cerrados, ¡España con los bares cerrados! si nos lo dicen antes de esto, hubiésemos presagiado una huelga general, las cenas con disco y con aforo limitado pasaron a los comedores, los estudiantes se olvidaron de sumar y entendieron que lo del aforo era multiplicar y no restar, muchos con el afán de ligar, ligaron un buen COVID.

Lo de viajar se convirtió en un sueño, en un deseo, no había ricos ni pobres, todos con derecho a lo mismo, aunque eso no gusto y en los barrios de clase alta reclamaron libertad para poder seguir viajando, comiendo en lujosos restaurantes y por supuesto practicando el golf.

Llegaron las vacunas y respiramos, nos tocaba esperar turno, aunque de nuevo algún político y algún cura que otro se lo saltaron, extraño que fuesen de nuevo estos profesionales los que se aprovecharan. Pero poco a poco llegó, primero una, después otra y hasta tres, quien lo diría en un año y medio casi todos vacunados, si casi todos, porque algunos no querían inocularse un chip o ser conejitos de Indias (si ya sé que son conejillos pero a estos es mejor llamarlos conejitos), mientras que muchos millones en países subdesarrollados siguen esperando la primera dosis, de la de refuerzo ni hablamos, porque hasta en las vacunas hay clases, no digo sociales sino de seres humanos, total si no tienen para ponerse las básicas para que darles la del COVID y todavía algunos dicen que mal se vive por aquí, ahora que hay muchos que quieren volver a viajar, quizás unas vacaciones a países en vías de desarrollo (que queda más fino) en all inclusive, es decir con todo lo que allí hay: Miseria, falta de alimentos, falta de agua, de medicamentos, guerras... no les vendría mal.

Bueno y después de todo esto deciros que el pasado sábado 19 de marzo y como si de un milagro se tratara pudimos realizar nuestra cata de chocolates y conocer las leyendas del Borne. Quien nos hubiese dicho que entre la reserva de la visita y que la hiciésemos íbamos a vivir una Pandemia, una erupción volcánica y hasta una guerra. Sabéis lo mejor, que nunca una onza de chocolate me dio tanta felicidad.

Posdata: Este pequeño relato esta dedicado a los que algunos no olvidamos: Gracias!! y a todos esos que aun sin confinamiento, siguen confinados en sus casa por las numerosas barreas físicas que la sociedad les impone, empezando en las puertas de sus propias casas. Ahora que hemos aprendido el valor que tiene poder salir y sentirnos libres, empaticemos, volvamos la vista atrás y rompamos todas esas barreras. Que bonito lo de ¡Que nadie quede atrás!, cuantos quedaron atrás y cuantos seguirán quedando.

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